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Hola, este pseudónimo es un anagrama de mi apellido.

Nunca aprendí a escribir diálogos entre mis personajes, principalmente porque no podría imaginar a dos personas manteniendo conversaciones sin caer en los clichés de las frases armadas para facilitar el continuo flujo de ideas descabelladas sobre la divina providencia y otros bálsamos mundanos.

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El club de los miserables

Sofía era una princesa cuando cumplió cinco años, apegada a las piernas de su padre ebrio pero de espíritu cariñoso. Por eso no entendía cómo terminó apostando la suerte de sus dos pequeños hijos en una máquina de la fortuna incierta. Cada noche llegaban como moscas a la carne en descomposición, que para estos efectos sirve de comparación exagerada ante sus vidas venidas a menos. Para ser honestos, no vivían tan mal.
Había un tipo, en esa casa nauseabunda, pero un día se cansó de golpear a los tres inquilinos que mencionaba como "su familia", y partió raudo a comprar cigarrillos. Jamás volvió y nadie preguntó por él.
La mujer estaba arrodillada. Sólo había limpiado narices y zurcido pantalones rajados durante su tragedia hogareña, y ahora no sabía cómo dar agua a esos dos mocosos que la vida le obligó a cargar.
Cuando todos se cansaron de darle limosnas, esta tipa ideo un plan. Bastante perverso, pero efectivo. Damián, el mayor, traería monedas desde la rotonda. Nadie preguntaría cómo las consiguió.
Flor las contaría, porque esta mujer nunca aprendió nada que no fuera callar y bajar el moño. Y cuando recolectarán mil pesos, el club de los miserables partiría a jugar a las máquinas. Quién sabe si terminan comiendo pan calentito.

  1. Blogger Paulina Fernández Foucher | 2:01 a. m., agosto 05, 2009 |  

    Y qué pasó finalmente con Sofía??

    Vuelve a escribir, pues quiero volver a leerte =)

    Besos!!

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