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Hola, este pseudónimo es un anagrama de mi apellido.

Nunca aprendí a escribir diálogos entre mis personajes, principalmente porque no podría imaginar a dos personas manteniendo conversaciones sin caer en los clichés de las frases armadas para facilitar el continuo flujo de ideas descabelladas sobre la divina providencia y otros bálsamos mundanos.

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Me atacó un colibrí

Claro que fue mientras dormitaba sobre la calurosa noche santiguina. No hablamos de descansar. Ni de experimentar un sueño reparador ni de pasar de largo hasta la mañana siguiente, ni de tener a la mujer que amo a mi lado, acompañándome. Nada de eso.
Las noches en Santiago de Chile son un pestañeo cansado, en las que no se escapan las ideas recurrentes del día anterior y el rocío tonificador no moja mis ojos legañosos. Así es pasar una temporada en el infierno húmedo de la capital, este maldito lugar armado a pedazos y robado a otros que dicen ser los dueños de la tierra. Maldigo a todos.
Disculpen la divagación. Olvidé que me atacó un colibrí. Me persiguió desde que llegué a ese pueblo olvidado por el paso civilizador llamado Quilpué, ubicado en el corazón vacuno de la llamada Región de Valparaíso.
Era una bandada de colibríes, que succionaban como vampiros benignos el néctar asqueroso de una gran casona cercana a las paredes de madera que estructuraban el hogar donde habité por varios años.
Al pasar bajo las grandes flores con grandes espinas asesinas, los colibríes viajaban de aquí hasta allá, por este lugar y por todos los otros, emitiendo pequeños ruidos, como sinuosas agujas clavadas en mi cabeza eternamente somnolienta.
Y a pesar de los esfuerzos por avanzar lo más rápido posible y evitar ese espectáculo de vida ajena, un colibrí rojo me siguió. A pesar de que intenté quitarlo a manotazos, a veces con mi bolso lleno de comida maloliente, no logré evitar que persiguiera mi sombra. Con mucho éxito.
¿Cómo explicar en la estación de metro que ese pájaro no me pertenecía y que me seguía porque se trastornó en algún instante justo mientras pasaba bajo su nido y lugar de apareamiento?
Los capitalinos no entienden de animales, porque en sus ciegas filas y molestias no ven más que acero y asfalto embutido en cientos y cientos de kilómetros cuadrados, hacia el norte y el sur, el oeste y el este.
De esa manera, no tiene sentido contarles que el colibrí se confundió. Confieso que sentí compasión por el ave. Así que recolecté los pelos que cada día desecho en la ducha y le tejí un nido bastante bonito, ideal para hogar de soltero. Luego, tomé una botella de champaña y la abrí. Tras el ruido de celebración, dispuse tres gotitas diarias del brebaje sobre la única rosa que logró derrotar a los pulgones que infectan el rosal del antejardín. De esa manera, colibrí tuvo un pasar feliz. Aunque a veces se perdía, especialmente cuando tomaba las tres gotas sin comer semillas antes. Cosas de la vida.
Pero hoy me atacó un colibrí. Y no era el compañero que terminé aceptando a la fuerza. Era su madre. Quizás pensó que robé a su hija. ¿Dije que era un colibrí hembra? Que alguien me explique la diferencia, por favor. A veces me vuelvo capitalino y no distingo de animales.

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