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Hola, este pseudónimo es un anagrama de mi apellido.

Nunca aprendí a escribir diálogos entre mis personajes, principalmente porque no podría imaginar a dos personas manteniendo conversaciones sin caer en los clichés de las frases armadas para facilitar el continuo flujo de ideas descabelladas sobre la divina providencia y otros bálsamos mundanos.

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Pensé que había olvidado esa parte del viaje

Interludio y recuerdo

Mi problema no era descender hasta los inseguros abismos de ese barrio. Mi problema era regresar de aquel lugar.

Mientras me reclinaba en el asiento, y pensaba en la enorme distancia que debía recorrer, pasando por zonas iluminadas tenuemente, como recordándome el buen gusto y mi reputación, rememoré mi última defensa de la pornografía.

Su libertad de actuar, de hacer lo que les apetezca con su cuerpo y mi oportunidad de fotografiar, de llenarme los bolsillos del dinero malsano. En terrenos agrestes, en el cuerpo de una doncella desequilibrada, han florecido campos llenos de mierda. Como los que planté al subirme a este retorcido autobús. La cosecha incluye cuervos, y garrapatas.

De hecho, un parásito desvió mi atención. Estaba succionando la sangre de los pasajeros del vehículo. Era rubicundo, cojeaba y sinuosamente desplegaba un discurso lleno de epítetos sacrificados, como sufriendo. O lo que es peor, siendo sincero. El dinero lo corrompió, lo alienó por completo y ahora pasa junto a su olor nauseabundo a mi lado. Me estira su mano. Le deposito una mirada en su palma sucia. Me mira de reojo, como acelerando mi proceso de condena. Allá voy, le digo. Muérete, miserable, concluyo.

¿Qué les espera, por dinero?

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