Una histeria de horror
El galán estropeado
El único obstáculo entre su monedero y mis manos era una formidable obesa. Sus enormes brazos se movían con gruesos vaivenes, mientras las venas de sus protuberantes piernas se hinchaban hasta casi estallar. Tal como pequeños gusanos alargados, gordos en la mitad de su extensión, después de una lluvia.
Todo aparecía desproporcionado. Como incoherente. Mientras la rechoncha se alejaba, me la imaginé tratando de darme caza. Imposible, diría la mayoría. Así que boté el periódico que tenía ante mis ojos y de un salto me puse en su espalda.
Cualquiera creería que sería un trabajo sencillo. Pero cometí el mismo error que hizo caer tres de mis catorce dientes: olvidé que estaba borracho. Y lo recordé tan tarde que ya tenía a la gordinflona encima de mis humildes huesos. ¿Cómo te llamas? Preguntó la doncella. Juan. Respondió el galán estropeado.
Y así comenzó nuestra historia de amor.
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